En verano nos apetece más salir a la calle: las horas de sol, las temperaturas, reencontrarnos con amigos, hacer actividades que no realizamos durante el año… Algo que ocurre en todas las edades, en infantes, en adolescentes y en adultos.
Por eso, tras el curso y aprovechando las vacaciones veraniegas, es muy común que los más jóvenes quieran empezar a disfrutar de su autonomía y pasar más tiempo con su grupo de amigos. En la adolescencia, ese tránsito en el que ya no eres un niño pero tampoco un adulto, necesitas sentir que tienes tu espacio y tu independencia. Como padres debemos entender que la autonomía de nuestro hijo fortalece su autoestima y, por ello, debemos dejarles experimentar, tomar sus propias decisiones y, también, equivocarse.
Puede que ese paso, el de separarnos de nuestros pequeños y darles más alas, nos dé miedo, pero es importante entender que la autonomía les hace más responsables ya que se enfrentan a los retos de la vida y aprenden de forma directa. No obstante, la hora de llegar a casa o bien las actividades que se pueden realizar no dependen tanto de la edad del adolescente sino de su madurez.
Los padres debemos ir dándole autonomía a nuestro/a hijo/a conforme vemos que cumple con aquello pactado previamente. Es normal, que tengamos nuestras dudas y nuestras preocupaciones, pero debemos confiar en la educación y el ejemplo que le hemos brindado.

¿Cómo establecer los límites?
La independencia debe ir acorde con unos límites y unas consecuencias. Las normas estructuran y dan seguridad y si se establecen de forma consensuada, los hijos las percibirán como algo beneficioso, no como una imposición. Es importante ser específicos a la hora de establecer los límites para evitar confusiones y explicar previamente qué consecuencias pueden haber si no se cumple con lo pactado, todo ello antes de que suceda.
Con el adolescente, no vale la imposición sino la negociación. Como padres debemos integrar a nuestros hijos en la búsqueda de la solución al problema, de esa manera ellos son parte activa de esas normas en las que han podido participar. Por ejemplo, en vez de decir “A las doce en casa” es más conveniente decir: “Las 12:00 es una buena hora para volver a casa, ¿cómo lo ves?”.

Por otra parte, las discusiones forman parte de la normalidad de cualquier relación de vínculos profundos. Debemos intentar comprender su postura y buscar una forma de resolver las disputas, escuchando sus opiniones y necesidades, potenciando una buena comunicación. Asimismo, también debemos ajustar nuestro discurso a su edad: no es lo mismo un adolescente de 13 años que uno de 18, no podemos actuar de la misma manera con ellos.
En definitiva, se basa en establecer un vínculo de confianza y hacerle ver que todo se construye sobre eso; la confianza se gana y se mantiene en el tiempo.
Acompañar más que controlar
Es normal que nos asalten las dudas y que queramos proteger a nuestros hijos de los peligros, pero es importante que nuestra actitud no sea de control sino de guía y acompañamiento. El adolescente necesita contar con su espacio y su intimidad para un desarrollo saludable. Tampoco se trata de no interferir, ni dejarle hacer lo que quiera sin preguntar. Hay que buscar y construir un espacio en común en el que ellos sepan que aunque metan la pata, seguiremos estando a su lado.
¿Qué pasa cuando no se cumple con lo pactado?
En primer lugar hay que preguntar y escuchar sus motivos. Por ejemplo, puede que llegara más tarde a casa porque no quería dejar solo a un amigo o que prefiriera volver acompañado. En este sentido, es necesario saber lo que pasó.
O, por ejemplo, ¿qué sucede si se ha emborrachado? No sirve de nada intentar hablar con él cuando llega a casa porque su estado no es el óptimo. El consejo más oportuna es hablar las cosas al día siguiente y empezar por algo genérico para que el adolescente pueda explicarnos de forma abierta, como por ejemplo: ¿qué pasó ayer? Saber los motivos y la cantidad de alcohol que ingirió es imprescindible para poder darle información de todos los riesgos asumidos. Si no quiere hablar ni dar explicaciones, debemos hacerle saber cómo nos sentimos y que nos gustaría ayudarle. Sea como sea, el diálogo tiene que acabar con un compromiso firme por parte del adolescente de ser más responsable con el alcohol y pactar unas nuevas consecuencias si se repite este comportamiento.

Beneficios de construir un espacio común
La adolescencia es un momento muy temido por muchos padres, es aquel en el que nuestros pequeños empiezan a despegarse de nosotros y tienen la necesidad de tener su grupo y su espacio para formar su propia identidad.
Afrontar esta etapa desde el diálogo y el respeto es la mejor manera de crear un espacio común entre padres e hijos. Así pues, pactar las normas, escuchar sus necesidades y respetar sus espacios con amabilidad y firmeza (frente a los gritos y el autoritarismo) son maneras de promulgar su autonomía. En vez de abrir la puerta de su habitación sin preguntar, es más oportuno, llamar y preguntar: ¿podemos hablar un momento?
Fomentar una comunicación fluida y adecuada, que el adolescente conozca claramente hasta dónde puede llegar y hasta dónde no y que, sobre todo, sepa que pase lo que pase seguirá contando con nosotros y que nunca le dejaremos solos, son fundamentales para una relación sólida y un desarrollo sano.