El título de este post corresponde a una película dirigida por Montxo Armendáriz y basada en una historia escrita por él y por María Laura Gargarella.
Esta película narra la historia de una joven que es abusada sexualmente por su padre desde la infancia y las consecuencias psicológicas, sociales y familiares que padece a lo largo de su vida. A lo largo de la película, se ven los cambios de etapa del desarrollo de la protagonista (infancia, adolescencia, juventud) a través de escenas donde se muestra a un grupo de adultos/as contando sus vivencias de abuso durante su infancia y adolescencia. Estas personas forman parte de un grupo terapéutico dirigido por una psiquiatra. Durante estas escenas no solamente se observa, sino que también se siente el desconcierto, el miedo, la vergüenza y la culpa que han padecido estas personas a lo largo de su vida.
En esta película podemos ver cómo Silvia, una niña alegre y sonriente, es abusada sexualmente por su padre a los 7 años. A partir de ahí, la luminosa mirada de aquella inocente niña se transforma en tristeza e incomprensión. Se observa cómo ésta se debate entre el amor que tiene hacia su padre, hasta hace muy poco su compañero de risas y juegos, y el dolor y desconcierto que tiene por no entender la razón que lleva a su padre a maltratarla de esa manera.
Escena tras escena vemos cómo su infancia se trunca dejando paso a una adolescencia de silencio, miedo, somatizaciones e introversión. Llaman la atención escenas donde Silvia trata de llegar a casa lo más tarde posible, donde prefiere permanecer bajo la lluvia en un duro día de invierno antes que acudir a un hogar cálido como el mismísimo infierno. Los abusos se prolongan hasta su juventud, dejándole secuelas como episodios de pánico observables en diferentes escenarios, adicción al juego, dificultad en las relaciones sexuales, indefensión aprendida y disociación (ausencia mental y/o fuga disociativa).
Finalmente, Silvia llega a la consulta de una psiquiatra, que ve más allá de sus pocas palabras y comienza a acompañarla en su proceso de reconstrucción emocional.

Para entender el proceso por el que pasa Silvia, acompañada de la psiquiatra, hay que saber que el Trauma sucede a consecuencia de un suceso vital estresante que pone en peligro la integridad de la persona y que sobrepasa su capacidad de dar respuesta a ello, de manera que la persona no lo puede procesar. El Trauma puede ser grave, moderado, simple, complejo… no es un concepto dicotómico, es un continuo donde en el extremo más severo el impacto es demoledor, pero a lo largo del continuo también puede generar diferente sintomatología psicosomática.
Uno de los mecanismos humanos habituales es disociar el acontecimiento para poder seguir viviendo, es decir, apartarlo de su conciencia para no sufrir. Pero el hecho de no recordarlo no significa que no esté la herida, ya que hasta que no se procesa, sigue haciendo daño y generando sufrimiento al que lo padece. Este concepto podemos verlo en la película cuando nuestra Silvia se mete en el taxi tras haber visto salir de él a una familia con una niña. El daño está en todo el sistema; en las creencias de uno mismo y el mundo, pensamientos, emociones, sensaciones corporales, mecanismos de autorregulación, comportamiento y relaciones personales.
Existen diferentes escuelas psicológicas que explican e intervienen en la curación del Trauma, pero vamos a hablar de EMDR, ya que es la que aparece en la película.
La Terapia de desensibilización y reprocesamiento por medio de movimientos oculares (EMDR) la descubrió Francine Shapiro y hoy en día está recomendada por la OMS para el tratamiento del estrés post traumático por su efectividad en la curación del trauma.
Es sabido que el cerebro procesa la información para la supervivencia y el aprendizaje durante la fase REM del sueño (fase de movimiento rápido de ojos), la información nueva se enlaza con información útil que está en el cerebro y tiene lugar el aprendizaje. Por desgracia, cuando la experiencia vivida es muy perturbadora y genera mucha ansiedad y sensaciones corporales intensas, colapsa el sistema de procesamiento de la información e impide internamente “colocar” y resolver lo sucedido, de manera que el cerebro guarda el acontecimiento tal y como se grabó, congelado… lo que se vio, se sintió, la imagen, sensaciones, emociones, pensamientos… sin poderlo procesar. Se almacena de forma aislada, sin conexión a redes de memoria más generales, sin poder modificarse ya que no puede conectarse con contenido útil y adaptativo. De esta forma cualquier estímulo que me recuerde o me conecte con lo vivido, disparará una respuesta visceral desproporcionada en el presente, de la cual incluso no somos conscientes.
Con EMDR en terapia, rescatamos una imagen dolorosa y representativa del trauma, un pensamiento, emoción y sensaciones y lo hacemos moviendo los ojos tal y como aparece en la película. A partir de aquí, se tira del hilo…. Aparecen recuerdos, sensaciones, emociones, imágenes, asociaciones, etc. y se van haciendo tandas de estimulación bilateral ocular. En ese momento se activa el sistema de procesamiento natural del cerebro para ayudar a conectar material traumático a los recursos de la persona, dándole una narrativa más adaptativa de forma que se reprocesa esta información y deja de estar congelada… deja de inundar de forma sorpresiva, deja de secuestrar a la persona ya que se integra y se supera.
Con EMDR conseguimos REPROCESAR, ASIMILAR, SUPERAR, INTEGRAR… aquellos acontecimientos que un día nos sobrepasaron, pero que ahora podemos tolerar y pasar página con la ayuda de un o una profesional.