Todos sabemos que tendemos a recordar lo triste y lo malo dejando a otro lado todo lo positivo, pero hay métodos para combatirlo fácilmente. Algunos de los métodos son, por ejemplo, que nos rasquen la espalda, recibir un abrazo de la persona amada, ayudar a quien lo necesita, transmitir conocimientos sin esperar nada a cambio, tomarnos un café, escuchar esa canción que tanto te gusta, bailar y cantar a solas, hacer deporte… Parece mentira, pero sí, nos ayudan a evitar esos pensamientos negativos y a recordar los positivos.
Los métodos que hemos mencionado tienen en común que son actos que activan el circuito de recompensas del cerebro, sobre todo, los centros de placer. Este sistema cerebral ha sido diseñado para que encontremos satisfacción en funciones básicas como la comida, la bebida y el sexo.
Cuando nos levantamos, disponemos de una cantidad de minutos de "recompensa", cómo si fuera un bono, somos nosotros los que decidimos en qué invertirlos, pero no se pueden ni ahorrar ni prestar, el contador vuelve a cero cuando acaba la jornada.
Según un estudio de Journal of Leisure Research, ver una comedia durante veinte minutos reduce los niveles reduce los niveles del mismo modo que salir a correr. Y reirse durante una hora con un vídeo divertido basta para incrementar el número de anticuerpos en el torrente sanguíneo mejorando nuestra salud según documentaron en 2001 investigadores de Universidad de Loma Linda (California, EE UU) en Alternative Therapies in Health and Medicine.
Un cerebro traicionero
Nuestra masa gris no ha evolucionado para hacernos sentir bien, se transformó para ayudarnos a sobrevivir en un mundo lleno de peligros. La prioridad del hombre primitivo era evitar aquello que pudiera dañarle y hoy en día la mente moderna sigue estando en modo alerta, pero esta vez evaluando y juzgando obsesiva e ineficazmente el pasado y el futuro.
Parece ser que estamos destinados a sufrir psicológicamente: nos comparamos con los demás, criticamos, juzgamos, proyectamos, estamos insatisfechos, imaginamos todo tipo de situaciones espantosas. Tendemos a dejarnos llevar por una programación innata que se inclina más fácilmente hacia la infelicidad que hacia la felicidad.